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Cuentos de una abuela para la Noche de San Juan

George Sand, prólogo y dedicatoria a su nieta Aurore del libro Cuentos de una abuela.

Un cesto de mimbre y una ilusión.

Pétalos de rosa aterciopelada, de rosas blancas, amarillas y de pitiminí. Romero, albahaca, salvia, hierba de San Juan, menta, hojas de té. Saúco con flores precoces, hierbaluisa fresca, hojas de laurel y de sauce no llorón, ramas de ruda que tronzar sin mirar siquiera, arrugando la nariz ante el olor y comprendiendo porque se dice que es abortiva.
Un racimo de flores de orégano, hojas de ortiga arrancadas conteniendo la respiración para engañarlas y agua bendita para cristianizar el conjuro.
Una pizca de sal gruesa marina, una piedra lavada y gastada durante años por la corriente del río y la vara de avellano para mezclar.
Besar todos y cada uno de los pétalos de las flores al arrojarlos al agua, susurrarles deseos, compartir con ellos nuestros sueños, que sirvan de mensajeros. Estrecharnos las manos, mirarnos a la cara y asentir. Está todo hecho. Listo. Preparado.

Después: el barreño de zinc, una noche bajo las estrellas, mil y una gotas de rocío, un baño de luna y la purificación del cuerpo y la mente a través del poder de una noche especial.

Una noche para morir y renacer por la mañana temprano, a base de abluciones y aromas mixtos que nos conviertan en seres distintos.
Conservar la fe; pensar que es posible resurgir, que el agua helada penetrará por los poros, que nos revolucionará el corazón, nos abrirá la mente y nos borrará las sombras que anidan en la frente.
Confiar en el poder de la Naturaleza, en los cambios y las segundas (terceras, cuartas... infinitas) oportunidades.


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